En el curso de los (pocos) años que un servidor dedica una parte importante de su actividad profesional a entender los procesos que determinan el incremento de la concentración de CO2 en la atmósfera, he tomado conciencia de la importancia de los ciclos naturales, sin los cuales la combustión sostenida de petróleo, gas natural y carbón habrían hecho inhabitable a nuestro planeta a fecha de hoy.
¡Qué suerte que los sistemas terrestres capturen el 29% del CO 2 emitido por la humanidad! No hablemos sólo de los bosques, que retienen el carbono en forma de madera. El suelo es tanto o más importante. Como resultado de la descomposición incompleta de los tejidos de las plantas, en el suelo se acumula 4 veces más carbono que en la atmósfera y en los árboles, juntos. Su permanencia se alarga cuando se evita exponer este carbono “biogénico” en el oxígeno del aire; de ahí que se recomiende remover la tierra el mínimo (labrado y fresado) durante las actividades agrícolas.
¡Qué suerte que los mares y océanos absorban otro 26% del CO 2 emitido! La química juega un papel fundamental, ya que el agua disuelve el CO 2 y, por tanto, convierte a los océanos en unos sumideros fenomenales de este gas. La contrapartida es una progresiva acidificación del agua que dificulta la vida de muchas especies. La biología también juega. Por ejemplo, una parte del CO 2 capturado por algas a través de la fotosíntesis acaba depositado en el fondo marino, o el carbono se acaba mineralizando gracias a las especias con estructuras calcáreas como son los corales o los moluscos.
No debe extrañarnos, pues, que se insista en que los ecosistemas naturales son unos grandes aliados en la lucha contra la emergencia climática. Debe procurarse que la masa forestal se expanda y gestionar el territorio para que los incendios no se propaguen sin control. Se limitará la tala de los bosques destinada a calefacción o producción de electricidad. Se debe evitar la degradación de las áreas marinas costeras para que puedan progresar los prados marinos (como la posidonia), los corales o las algas.
Sin embargo, no debemos olvidar que la causa primera de la emergencia climática no se encuentra ni en los incendios forestales, ni en el retroceso de los prados de posidonia, sino en el uso de los combustibles fósiles. Por tanto, tal y como recomienda con insistencia el panel internacional contra el cambio climático (IPCC), la prioridad debe ser la disminución de las emisiones, y aquí es fundamental reducir el consumo de energía y avanzar en la sustitución de estos combustibles fósiles por energía renovable.
Esta reflexión viene a cuento porque, entre los científicos de nuestro país reacios a la transición energética (“Sí; pero aquí no”), se va extendiendo un discurso que explícita o implícita viene a decir que la prioridad para luchar contra la emergencia climática es cuidar los ecosistemas naturales. Uno de los grandes comunicadores de este colectivo decía textualmente que “la forma principal para protegernos del calentamiento global no es la energía, sino cuidar la biodiversidad”.
Y, puestos en nuestra casa, el reportaje “Silencio azul” contra la instalación de un parque eólico marino en Roses, firmado por científicos de reconocido prestigio, da a entender, implícitamente, que el perjuicio contra el ecosistema marino de esta instalación irá en detrimento de la lucha contra la emergencia climática. Quizás sí, quizás no. Pongamos números.
El Golfo de León es una de las zonas del Mediterráneo donde el mar captura más CO 2 (un máximo de 60 toneladas por km 2 al año en las zonas biológicamente más activas [1] – más lejos de la costa que la ubicación prevista del parque). Sobre los 250 km2 reservados para la eólica marina, se captura un máximo de 15.000 toneladas cada año. Una cantidad muy grande. Sin embargo, para valorarla es necesario hacerse dos preguntas. La primera, ¿alguien puede afirmar que el parque eólico disminuirá drásticamente esta captura de CO 2 ? Una posición difícil de defender. La segunda, ¿cuáles son las emisiones de CO 2 que ahorrarán los 4000 GWh (gigavatios hora) de energía producida por el parque eólico cuando desplacen la misma energía obtenida con petróleo? Un millón de toneladas al año. Queda claro: en cuanto a la lucha contra el cambio climático, el parque eólico compensará de forma incomparable la disminución que pueda causar en la capacidad de captura de CO 2 del entorno natural en el que se ubicará.
Con este ejemplo de nuestra casa, queda patente que la lucha contra la emergencia climática debe pasar, primero, por la reducción de las emisiones: reducción del consumo y transición energética. Si lo conseguimos, los sistemas naturales actuarán durante siglos, como ya hacen ahora, para arreglar el desastre que hemos causado durante los últimos doscientos años.