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Estos días se habla mucho de la desalinizadora provisional que se quiere montar en el puerto de Barcelona para paliar los efectos de la sequía si ésta llega al estadio de emergencia 2. No es la intención de este artículo cuestionar la medida, bien habrá que hacer algo si llegamos a esta situación. Por suerte tenemos la tecnología que nos permite canjear energía por agua.


Pero el binomio energía-agua es como una camisa que te va corta, cuando estiras una manga, la otra te va más corta todavía. La sequía viene provocada por el cambio climático y éste, en gran parte, es producido por las emisiones que provoca la propia generación de energía. Por tanto, la producción de agua a partir de energía nos aboca a aumentar las emisiones de efecto invernadero en vez de reducirlas. Y debemos reducirlas en un 40% en el año 2030 si no queremos que los efectos del cambio climático entren en una fase aún más desastrosa, con sequías más intensas.


La obtención de un litro de agua en la desalinizadora móvil del puerto de Barcelona emitirá un gramo de CO₂. Dado que se prevé una producción de 40.000 m³ diarios, necesitando 6 MW de potencia eléctrica, podemos estimar un consumo de unos 3,6 kWh/m³. Las emisiones del mix eléctrico actual es de 273 CO₂eq/kWh, lo que nos da un crecimiento de emisiones de 39 toneladas de CO₂ diarias, 14.000 toneladas de CO₂ al año, que sumamos a las emisiones que queremos reducir.


Para hacernos una idea de lo que implicará en términos de emisiones la puesta en marcha de la nueva desalinizadora provisional, para compensar individualmente el incremento de CO₂ asociado a la obtención del agua de uso diario por persona, cada usuario del agua de la nueva desaladora debería reducir la movilidad en coche privado unos 2,5 km por persona y día. De hecho, sería bueno que todos fuéramos conscientes de que obtener este agua implica ahorrar emisiones reduciendo otros usos menos esenciales.


La solución a largo plazo obviamente está en ser capaces de producir energía sin generar emisiones. Es decir, sustituir las fuentes energéticas actuales de combustibles fósiles por renovables. Pero ahora mismo Catalunya está lejos de ese escenario. Solo un 15% de la electricidad es renovable, cuando la media de España supera ya el 50%.


Ciertamente, necesitamos pues mucho esfuerzo inversor para recuperar el tiempo perdido en generación renovable. Pero también necesitamos mucha pedagogía para aceptar que si queremos agua desalada en un contexto de cambio climático creciente, debemos aceptar que parte del territorio debe destinarse a captar la energía del sol y del viento, y que esta realidad, a partir de ahora formará parte de nuestro paisaje. Sólo así la camisa dejará de ir corta de mangas.

 

Joan Ramon Morante y Enric Pardo

Miembros de @renovemnos