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En el encendido debate sobre las energías renovables ha hecho fortuna la afirmación de que no estamos haciendo una verdadera transición energética, sino que -tomando las palabras de un apreciado colega- “añadimos renovables a las energías fósiles que en valor absoluto continúan creciente”. Quisiera recordar que las renovables representan un paupérrimo 5,8% del consumo de energía en todo el mundo (Our World in Data, 2021); en Cataluña en 2019 todavía eran menos, un 5,4% (ICAEN, 2021). Es cierto que la demanda de energía sigue creciendo a nivel global. De hecho, en los últimos 60 años sólo ha habido 4 episodios breves en los que ha caído el uso de energía. El primero con la crisis del petróleo de los años 70, el segundo a principios de la década de los 80, y los dos últimos con la crisis financiera de 2008 y con la COVID-19. Es realmente lamentable esta tendencia de crecimiento permanente del consumo energético, pero NO ES CULPA DE LAS RENOVABLES.

La culpa es de un modelo de desarrollo socioeconómico global basado en 2 factores insostenibles por naturaleza. El primero es un metabolismo material y energético absolutamente despilfarrador. Por lo que se refiere a materias primas, a escala europea extraemos de la naturaleza y consumimos cada año 15.700 Kg de materiales por habitante (Eurostat, 2021) y sólo el 44% se reciclan o fijan a largo plazo. El 56% son vertidos (en el suelo, en la atmósfera o en las aguas). ¡Esta cantidad de materiales equivale a 221 veces el peso de una persona de Europa, cada año! Por lo que respecta a la energía, en 2020 a nivel mundial se produjeron 21.800 millones de metros cúbicos de combustibles fósiles. Esto corresponde a una montaña en forma de cubo de 2,8 Km de altura, 2,8 Km de fachada y 2,8 Km de profundidad (fuente: visualcapitalist.com ). ¡Cada año también!

El segundo factor es el paradigma del crecimiento económico. Todos los países (capitalistas, comunistas y dictaduras) se basan en el principio de que para satisfacer las necesidades de progreso de la sociedad es necesario hacer crecer la economía porque esto permite financiar las infraestructuras, servicios, tecnologías y recursos básicos adecuados. Es un pilar inamovible de la civilización actual y que impregna todas las políticas y tratados internacionales, incluso los modelos de lucha contra el cambio climático del Panel Intergubernamental del Cambio Climático. Las renovables no tienen la culpa ni del primero ni del segundo de estos factores de desarrollo global, y tampoco tienen la culpa de que los Estados que no disfrutan de nuestro nivel de consumo (cada habitante del Norte Global equivale a 3 del resto del planeta en cuanto a consumo de materiales y energía) quieran expandir su economía -ergo, sus infraestructuras, producción industrial, ciudades, provisión de energía y alimentos, mercado de bienes de consumo, etc.- y «atrapar» a los países ricos. Las renovables tampoco tienen culpa de que en los últimos 30 años la globalización neoliberal haya alimentado la deslocalización industrial hacia Asia, Magreb y Latinoamérica, ni que ahora se despierten los estados europeos a que los materiales críticos por la transición energética y su procesamiento estén básicamente en manos de China. Nos hemos acostumbrado a vivir como reyes ignorando de dónde vienen los productos que compramos, ignorando qué pasa cuando nos deshacemos y obviando aún más la energía que ha sido necesaria para producirlos y la que hace falta para sostener el tren de vida que vida que tenemos. Hemos convertido el hiperconsumo en la norma. Y ahora que toca cambiar de rumbo, necesitamos un chivo expiatorio para “no mirar arriba”; para no confrontar el hecho de que debemos cambiar de modelo. Hay ríos de tinta explicando que debemos decrecer. Que no podemos seguir con tanto consumo. Pero de momento lo único por lo que están sirviendo es para nutrir a la oposición a las renovables. Ahora resulta que cada aerogenerador y cada placa que nos permite ahorrar 20 o 30 años de energía fósil (que debe extraerse cada año, recuerdo), tienen la culpa de que 1) en el mundo hay países que quieren consumir al mismo nivel que nosotros; 2) que nosotros no estamos dispuestos a renunciar a nada (p.ej. el 40% de los coches que compramos son SUVs); 3) que nuestros gobiernos siguen teniendo el crecimiento económico (ie el PIB) como pilar único e inamobible del progreso; y 4) que no exigimos a los gobiernos compromisos de cierre de centrales fósiles y la aceleración de la descarbonización, con las restricciones que ello pueda acarrear.

Tal y como expresa el admirado Ramon Folch, nos hemos situado en un “ecologismo mágico” que pretende pasar del consumo de masas insostenible y petrodependiente, a una utopía decrecentista global basada en pequeñas islas energéticas y la autosuficiencia comunitaria en un abrir y cerrar ojos. No voy a discutir si el modelo es uno u otro. Me parece evidente que hay razones fehaciente para abrir un debate riguroso, serio, pausado y muuuucho inclusivo para converger en cuál es el modelo viable entre estos dos extremos. Lo que sí tengo claro es que ese cambio no se hace en dos días. En cambio, abandonar las fósiles sí debemos hacerlo ya, sin más dilación. En 2023 Cataluña debería haber recortado entre un 5% y un 7% sus emisiones. Y no lo hará. Y eso sí que es un paso más hacia el abismo. Todo, porque no queremos asumir el mea culpa de ver en el paisaje centrales solares y eólicas. Todo, porque hemos convertido a las renovables en el chivo expiatorio de un sistema que no sabemos y -me atrevería a decir- que no queremos cambiar. Ya lo hará la generación de nuestros hijos y nietos, con lo que les quede de civilización.