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Desde los años 70, el movimiento ecologista ha luchado por la conservación de la naturaleza en todos los frentes posibles. Desde Greenpeace a las entidades locales de cada territorio se ha realizado una ingente labor de sensibilización de la sociedad actuando todas ellas como un blog bajo el lema «pensar globalmente, actuar localmente». Uno de los frentes que en los últimos años ha tomado mayor protagonismo es la lucha por detener el proceso de calentamiento global, pues éste se está mostrando como la mayor amenaza a la biodiversidad global del planeta, ya muy debilitada por décadas de deforestación, contaminación y sobreexplotación. Todas las luchas empresas hasta ahora por proteger espacios, declarar parques naturales y recuperar especies, y el objetivo de preservar y restaurar un 30% de la naturaleza mundial para 2030, pueden quedar en nada si el incremento de temperaturas global supera los 1 ,5 grados por encima de los niveles preindustrial.

A día de hoy, la temperatura media del planeta ha aumentado ya 1,3 grados y todos somos conscientes de cómo el cambio climático está cambiando también nuestras vidas; las afectaciones a la agricultura, a la disponibilidad de agua, al encarecimiento de los precios, y también cómo afecta al paisaje debido a los incendios y la mortalidad de árboles como consecuencia de la sequía persistente. Cada décima de grado nos acerca más al precipicio que los científicos sitúan entre los 1,5-2 grados, a partir de los cuales el cambio climático entraría en un proceso de retroalimentación en el que las principales emisiones de gases de efecto invernadero ya no serían las de origen humano, sino las que liberaría la biosfera fruto de su propio calentamiento.

Los acuerdos de París son, hoy por hoy, el pacto mundial para no superar ese umbral de calentamiento. Tenemos por delante la inmensa tarea de sustituir petróleo, gas y carbón por electricidad producida con fuentes limpias y renovables y debemos hacerlo muy rápido para cumplir con el objetivo. Una reducción del 45% de las emisiones en 2030 y un 100% en 2050. No alcanzar los objetivos en cantidad o en el tiempo nos sitúa, según la comunidad científica, en el terreno de las incertidumbres climáticas donde nuestra propia supervivencia y la de otras muchas especies no está asegurada.

Por primera vez en la historia se han alineado los objetivos de las organizaciones ecologistas, con los de la mayoría de gobiernos y con una parte cada vez mayor del capital privado en una apuesta por realizar una transición energética. Al otro lado, quedan todavía muchas resistencias. Todo el poder de las multinacionales que viven de los combustibles fósiles, las aeronáuticas, las del transporte marítimo y las automovilísticas, que alimentan a través de los medios de comunicación y las redes sociales las resistencias innatas de la sociedad a los cambios. Las estrategias del lobby contrario a la transición energética empezaron por negar el cambio climático y más recientemente, como este argumento se desmiente por sí solo, la estrategia ha cambiado y ahora alimentan discursos que afirman que la transición energética no es posible, y como vamos irremediablemente de cabezas al colapso, no hace falta hacer nada. O incluso que las energías renovables son peores que el daño que pretenden resolver, cuyo relato ha arraigado fuerte en muchos lugares.

Se hace mucho énfasis en la pérdida de suelos agrícolas y los impactos sobre la biodiversidad de placas solares y molinos. Pero sorprendentemente, se ignora el impacto mucho más estructural y devastador del aumento de las temperaturas, tanto por la soberanía alimentaria como por la salud de los ecosistemas y de las especies que viven en ella. También hay quien considera que las energías renovables estropean espacios agrario o forestales que necesitamos para absorber el sobra de CO 2 atmosférico y que, por tanto no sale a cuenta instalarlas. En cambio, la propia función de sumidero de carbono que ejercen suelos y bosques ya está en regresión ante las nuevas condiciones térmicas e hídricos y, en casos extremos, acaban emitiendo más CO 2 de lo que capturan.

La instalación de molinos en el macizo de la Albera es un caso de actualidad de todo lo que estamos comentando y que queremos contrastar con números. Según los estudios un encinar mediterráneo con un régimen de lluvias de 400 mm/año puede capturar en torno a 3,7 tCO2/año. El paraje natural de la Albera tiene 16.310 ha. O sea, una capacidad aproximada de absorción de 59.000 tCO2 /año. Por otro lado, en las inmediaciones del mismo paraje está aprobada la instalación de 9 aerogeneradores que con los accesos incluidos afectarán al equivalente a menos de un 1% del espacio. Molinos que con la producción de 140 GWh/año de energía limpia son un ahorro de 36.000 tCO 2 eq/año. Es decir, la Albera pasa de absorber 59.000 tCO 2 /año a mitigar 95.000 t/año, «sacrificando» -fuera de paraje protegido- menos de un 1% de su superficie para aprovechar el viento como fuente de energía. Estamos hablando, entre bosques y aerogeneradores, de supresar las emisiones anuales de 18.234 ampurdaneses, menos de un 13% de la comarca.

Es natural que tengamos tendencia a querer conservar el paisaje tal y como siempre lo hemos visto, pero en la situación de emergencia climática actual el paisaje está condenado, como lo demuestran los devastadores incendios que vemos a diario en todo el mundo y también visto recientemente en la sierra de Colera. Para salvarlo, la única opción es la rápida sustitución de los combustibles fósiles por energía limpia, y sí, tendrá un precio. Deberemos acostumbrarnos a vivir con menos, a cambiar de hábitos ya ver aerogeneradores cerca de casa, pero lejos de luchar allí quijotescamente como si fueran monstruos que nos quieren devorar, los viviremos como elementos civilizadores que nos permiten disponer de energía sin contaminar el medio ambiente.