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Uno de los temores justificados respecto al despliegue de las energías renovables es que su producción no se acabe sumando a la energía de los combustibles fósiles en lugar de sustituirlos o, dicho de otro modo, en lugar de realizar la transición energética simplemente se incremente la oferta sin reducir las emisiones. Si así fuera, nos encontraríamos ante un engaño mayúsculo que, con el pretexto de luchar contra la emergencia climática, habría abierto una nueva actividad industrial dando satisfacción, así, a un sistema económico que sólo se imagina a sí mismo en crecimiento continuo.

Citaremos dos hechos que alimentan este temor. El primero es que el pasado año se alcanzó el máximo histórico de consumo mundial de carbón; que, pese a la guerra de Ucrania, fue el segundo año (tras 2021) de mayor consumo de gas natural; y que la recuperación de la economía acercó el consumo de petróleo al del año anterior en la COVID. El segundo es la constatación histórica de que la extracción masiva de petróleo y de gas natural, a principios y medios del SXX respectivamente, no redujo la extracción de carbón, la cual se ha ido incrementando hasta cierta estabilización ahora hace unos 10 años. ¿No estará ocurriendo lo mismo con la introducción masiva de las energías eólica y fotovoltaica en el mix energético? Analícelo.

El despliegue de las renovables es muy desigual de un país a otro. Por tanto, el análisis del sistema energético mundial en conjunto no nos resulta muy útil. Si nos fijamos en particular en aquellos países o regiones donde el impulso a las renovables es notorio, obtenemos una respuesta muy clara. Tomamos como ejemplo la UE. Desde 2010, el consumo de combustibles fósiles no ha parado de disminuir. Comparando el consumo actual con la tendencia previa a ese año, la reducción es de unos 4800 TWh (terawats-hora) anuales. En paralelo, la eólica y la fotovoltaica han crecido desde casi cero en 2000 hasta 1600 TWh. O sea, por cada TWh renovable introducido, la UE ahorra 3(!) TWh de combustibles fósiles. Esta relación 3 a 1 nos viene a decir que, hasta el día de hoy, las renovables sustituyen a la electricidad (atención, lector: “electricidad”) que producen las centrales térmicas de gas o de carbón, ya que estas centrales gastan aproximadamente 3 unidades de energía fósil para producir una unidad de electricidad. La conclusión es, pues, clara: hasta el día de hoy, las renovables sustituyen efectivamente a los combustibles fósiles. Una conclusión que vale tanto por la UE como por un gran número de países como Reino Unido, Brasil, España, Australia o China (!). Una noticia muy buena.

Los ejemplos históricos de sustitución de una fuente de energía por otra son escasos. Los pocos que se han producido han sido por obsolescencia tecnológica o por agotamiento del recurso. Un ejemplo del primer caso es la desaparición en poco más de una década en los años sesenta del siglo pasado del carbón vegetal producido en nuestros bosques en favor de la bombona de butano. Respecto al segundo caso, el de agotamiento de la fuente, podemos citar que el aceite de ballena utilizado por la iluminación se agotó hacia el año 1870 por sobreexplotación y fue sustituido por el queroseno (el primer combustible líquido derivado del petróleo utilizado).

Estamos pues ante una evolución del sistema energético nunca vista hasta ahora tanto por su alcance como por el desencadenante. Por su alcance, ya que aspira a arrinconar las principales fuentes de energía (los combustibles fósiles) que sostienen la economía. Por el desencadenante, porque no responde a ninguna circunstancia relativa al descubrimiento o agotamiento de una nueva fuente de energía, sino a la voluntad expresada por la comunidad internacional y guiada por planes nacionales y regionales con calendarios de cumplimiento y herramientas, como son los mercados de carbono, que, pese a sus limitaciones, facilitan el cambio.

La gran incógnita es si esta sustitución por energía renovable podrá continuar en el futuro hasta la deseada «desfosilización». Un factor clave que determinará ese futuro es si sabremos adaptar los modos de consumir energía para aprovechar la producción creciente de electricidad renovable. Hasta ahora, la sustitución ha sido fácil puesto que, por ejemplo, una lavadora no distingue si la electricidad es renovable o no. La situación es muy diferente cuando el aparato o máquina en cuestión no funciona con electricidad (los coches, las calefacciones de gasoil o el horno de gas de una cementera), sino quemando directamente los combustibles fósiles. A medida que el grado de sustitución de los combustibles fósiles crezca será necesario invertir con decisión en nuevas formas de consumir energía, prioritariamente en forma de electricidad (coche eléctrico, bomba de calor, horno de arco voltaico, etc.). Ésta será otra etapa de la transición energética que sólo podrá lograr si las familias y las empresas invierten en las nuevas tecnologías de consumo. De hecho ya necesitamos poner manos a la obra para mantener una inversión en renovables sostenida.

Por último, volvemos a la pregunta del título. Esperamos haber dejado claro que, en lo que se refiere a la emergencia climática, las renovables son muy buen negocio. Y en lo que se refiere a la economía, también: con el ahorro de 4800 TWh de energía fósil la UE ha dejado de pagar en el exterior unos 280 mil M€; cinco veces el coste de las inversiones anuales en energía renovable.