La cuestión de si la Tierra contiene recursos minerales suficientes para hacer la transición de los combustibles fósiles hacia las energías renovables es de una importancia primordial. Porque, ¿y si resulta, como afirman los más pesimistas, que a medias se han agotado las tierras raras necesarias para los imanes de los aerogeneradores marinos o la plata para los contactos eléctricos de las placas fotovoltaicas? ¿No será que la transición energética nos encamina rápidamente hacia un planeta sin reservas minerales donde los metales, dispersados en los residuos, ya no podrán recuperarse nunca más?
Este futuro distópico, bautizado con el nombre de “thanatia” por los investigadores Antonio y Alicia Valero planea como una nube negra amenazadora sobre el futuro ‘renovable’ que todos querríamos luminoso. En el otro extremo, encontramos aquéllos que se apuntan a la “teoría de la sustitución” de la Economía según la cual, cuando un mineral escasee, su precio aumentará e impulsará la búsqueda de un sustituto. Es la visión optimista de que las leyes del mercado acopladas al progreso científico ya van a solucionar los problemas que el futuro nos presente.
La visión pesimista fomenta el negacionismo, no a la crisis climática, sino a la posibilidad de hacerle frente con la transición energética, en desacuerdo flagrante con las recomendaciones del IPCC (el grupo internacional de expertos creado por la ONU ) y de una entidad ecologista tan solvente como Greenpeace. La visión optimista fomenta la ilusión del crecimiento ilimitado en un planeta finito. O sea, ignora el problema de los materiales cuando un organismo, tan poco sospechoso de querer ir en contra de las grandes petroleras como es la Agencia Internacional de la Energía (AIE), publicó un informe en 2021 alertando sobre la finitud de los recursos minerales necesarios para realizar la transición.
La transición energética comporta cambios drásticos en las formas de producción de energía y de su consumo. Las dos últimas décadas han dejado claro que la forma principal en la que consumiremos energía renovable no será el hidrógeno sino la electricidad. Será necesaria una expansión considerable de la red eléctrica. Por tanto, el análisis de la demanda de minerales debe distinguir entre producción, red eléctrica
y consumo.
Una forma ilustrativa de valorar la cantidad de materiales necesarios para la producción de energía es comparando una central térmica de carbón con un parque eólico o una planta fotovoltaica. La visión optimista suele destacar que, para producir una unidad de electricidad, la central térmica necesita unas 100 veces más material (carbón) que las instalaciones renovables (principalmente el hormigón, el acero, el aluminio, el vidrio y los polímeros utilizados en su construcción). Esta comparación es claramente engañosa, ya que todos los materiales citados son suficientemente abundantes para completar la transición energética sin problemas. Lo que cuenta son los minerales llamados “críticos” porque los recursos son limitados o porque se prevén problemas de disponibilidad. Hablamos del cobre, el níquel, el manganeso, el estanque, las tierras raras, etc. hasta una lista de una treintena de metales. Tal y como indica el informe de la AIE, en lo que se refiere a los minerales críticos, la producción de electricidad renovable es claramente desfavorable respecto a la producción con combustibles fósiles; p.ej. para producir 1 MWh con eólica terrestre se necesitan 4 veces más minerales críticos que con una central de carbón.
Para la expansión de la red eléctrica, será necesario sobre todo más cobre. De nuevo, según la AIE, en 2040 (en plena transición energética) será necesario el triple que en 2010. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, una vez completada la red, se prevé que la demanda baje drásticamente ya que el cobre del cableado es muy fácil de recuperar y reciclar.
Y llegamos al consumo. El abandono de los combustibles fósiles hace necesario contar con nuevas tecnologías para poder utilizar la electricidad (renovable). Las innovaciones más destacadas a día de hoy son la bomba de calor o aerotermia en climatización y el coche eléctrico en transporte. El estudio encargado por Amics de la Terra, Minerales para la transición energética y digital en España, y codirigido por Alicia Valero, concluye que será la movilidad eléctrica el aspecto de la transición energética que pedirá más materiales críticos (litio, cobre , níquel, manganeso y grafito para las baterías). Según la AIE, en 2040 la movilidad eléctrica pedirá el triple de minerales críticos que la construcción de instalaciones de energía renovable. Hay que decirlo muy alto: aparte de algún mineral crítico concreto (quizás la plata, el germanio o el indio) para los que probablemente se encontrará un sustituto, la construcción a gran escala de parques eólicos o plantas fotovoltaicas no será responsable del agotamiento de los recursos minerales; el responsable principal será el nivel de consumo.
Para preservar recursos minerales y por justicia climática hacia aquellos países más pobres donde el coche cubre una parte pequeña de sus necesidades de movilidad, el informe de Amics de la Terra propone que se aproveche la transición energética para reducir el transporte privado a favor del transporte colectivo. Sí, todos estamos de acuerdo en que es necesario fomentar el transporte público (bus, tren, metro, etc.); sin embargo, las ventajas del transporte privado son tan grandes que esta política debe ir acompañada de decisiones que hagan el coche menos atractivo tanto en los trayectos urbanos como interurbanos. Permítanme acabar haciendo una lista de medidas impopulares en esta dirección: no en las ampliaciones de la red viaria, construcción de variantes o de accesos rápidos. ¿Quién se atreve a establecer una moratoria sobre estas actuaciones? Lamentablemente, resulta mucho más fácil pedir moratorias sobre las instalaciones de energía renovable. El burro de los golpes.